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viernes, 16 de febrero de 2007

DAFNE




Antes que el laurel existiese, antes que tú misma te volvieras laurel, la mano de un hombre estrechaba el Universo a través de un cuerpo de mujer, y las constelaciones se reflejaban en todos los océanos de la sangre y todos los ríos corrían de la montaña al mar. Antes que tú misma fueras este árbol imposible, las ramas silvestres se movían ante el viento del amor. Las ventanas que daban a los parques se abrían en verano y se cerraban en invierno de la misma manera con que una mujer y un hombre desplegaban las naves de la noche. Y todo barco zarpaba por la piel del otro sin peligro de lo ignoto. Ya que rompiste las cadenas de oro que reúnen a los astros con los dioses y que exiliaste a los dioses hacia un Olimpo destruido, y que dejaste solas a las estrellas y sin abrigo a los animales del campo, no tengo más sortilegio que estas palabras.


Si hubieras sido mi hija por lo menos, te hubiese amado en la distancia acompañado, me hubieras amado como se ama a un roble en la selva peligrosa. Y tal vez desnuda me hubieras seducido y yo, valga decirlo, no me hubiera negado. Sin temor al pecado de los hombres, te hubiera poseído en el abrazo de los planetas. Si hubieras sido mi madre por lo menos, contaría contigo incluso en las horas de la angustia y la traición, y me hubiera sentido pequeño ante la inmensidad del aire que da vida a las plantas, a los ríos, a los animales y a los pensamientos, y te hubiese poseído con todas mis garras para no ser expulsado del paraíso. Si hubieras sido por lo menos mi hermana, las sábanas filiales se mancharían del oro de los cuerpos, de la plata de las caricias, del hierro del oprobio, pero juntos.


Contigo perdí no sólo los ojos que continuaban mi sueño, sino todo el beso universal. Los vínculos cayeron sobre la loza de los palacios. Entonces con mis palabras ineptas te he transformado en este arbusto, en este árbol, en esta rama. Hoy que no tengo reino ni patria, ni madre ni hija ni hermana, me declaro príncipe del desierto, sólo para lucir en mi cabeza la belleza de tus hojas.


1 comentario:

Alejandro Olguín Arévalo dijo...

Es increíble como hay ciertos movimientos pasionales que se imponen, sin uno darse cuenta como quisiera normalmente, de forma tan sutíl que reemplazan a los otros sueños, aparentemente tan eternos y tranquilos, acabados.. Quizás siempre hemos querido estar presente en la mayor cantidad de fiestas personales, pero mientras nos encontramos en algunas piezas mirando los techos de colores, nuestro corazón (porque el que estaba en la pieza no era nuestro corazón, necesariamente) andaba en cunclillas preparandonos otra comida, otras velas, otra iluminación. Y cuando nos percatamos de que estábamos sólo con nuestro intelecto, salimos a buscar lo que nos falta.. y puah! la pieza del frente nos está esperando, hay alguien que uno no se había imaginado desde la pasiva tranquilidad de la primera pieza, y que junto a ella esté nuestro corazón, ofreciéndonos un hueco entre unos cojines, y almedio una especie de fogata pero que no podría ser dentro de una casa (no po.. jaja), no logras verla a primera vista, pero ahi entiendes que tienes que sentarte junto a ella, y ver qué es lo que se desde allí. Saludos Sergio! Sigue escribiendo que las fiestas siguen sonando, es cosa de uno visitar las piezas de la casa. Chao

A.